Es un día de esos en los que
te levantas y crees tener la certeza de cómo resolver algunos asuntos que te
colapsaban, que como una bolsa de polvo blanco asqueroso hubiesen puesto en tus
intestinos y al no poder digerirla adecuadamente te producía un dolor terrible
de vientre, saliendo sarpullidos morados por cada poro de la piel de tu rostro
ese que es ese mismo cada vez que te asomas a un puto espejo y este hace su
función de reflejo.
Algo parecido ocurrió con esa
primera cita que tuvieron, al ir a pagar los cafés que ambos habían tomado, al
despedirse y asegurarse que se volverían a ver pronto, cuando llegó a casa se
dijo esa será mi futura mujer. Estuvo tentado de coger el teléfono buscar el
número de su mejor amigo y comentárselo, pero le pareció pretencioso e incluso
que podía generar un aleteo de mariposa que acabase poniéndose en su contra, se
decía a él mismo nunca insultes o trates de engañar al karma.
La segunda cita fue un reflejo
continuo de la primera, no hubo ningún pecado capital de por medio, ni un mal
gesto que presagiase nada malo, el hilo se había introducido en la aguja o la
aguja había encontrado su sitio en el hilo y el bordado iba siguiendo sus pasos
con trazos de buen guionista en busca de la epopeya de su vida con un
apoteósico final feliz sin que el final restase importancia al camino desarrollado
pues una cosa no sería posible sin la otra.
El escenario era el idóneo,
habían quedado para su tercera cita cerca de una parada de tranvías y se
cumplían los requisitos de los tópicos, los clichés bien marcados, pues llovía
y como bien se sabe, la lluvia puede quedar bien en casi cualquier sitio si se
genera artificialmente a través de una historia, un contexto que apoye a ello,
aunque también no puede en ocasiones evitar estar subyugada por ejemplo al día
que sale a luz un asesinato de un maniaco homicida que ha comenzado su dantesca
y terrible obra de arte, al suicidio de un hombre o una mujer porque no han
sabido encontrar soluciones a los números rojos y se han acabado ahogando en su
propio charco de sangre, a días de nostalgia, tristeza o aburrimiento, o como
debía de ser su propósito a él estando allí cerca de la parada de tranvías un
par de minutos antes de lo acordado con el cuello de su abrigo negro levantado,
con un periódico de esos gratuitos que regalan por la calle haciendo el papel
de paraguas, a observar como la lluvia queda bien en casi cualquier sitio, a ver pasar el tiempo, tranvías, gente que
sube, que baja, y a que ella no aparezca y la frialdad del silencio haga acto
de presencia enviando a la mierda todos los castillos de arena que había
construido en su cabeza.
Saludos y gracias
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