La lágrima maúlla herida cayendo
a modo de goteo sobre la taza de café medio vacía, no sabe porque cuando
desciende nadie hace por recogerla y devolverla a su sitio, un método mediante
el cual la rebobinasen. Estaba bien dentro de esos ojos verdes, danzaba ahí
dentro, paseaba por las calles recordando cómo se agarraba a su brazo y él le
contaba la historia de los edificios, o le aconsejaba que lugar le parecía
mejor para pararse a tomar algo, sentarse, dejar que el reloj se retrasase,
quedarse sentados uno enfrente del otro, y descubrir porque los gatos pueden
aparentar ser estatuas y observar fijamente sin pestañear un punto fijo, como
algo inquebrantable, que nadie ni nada podrá romper por la mitad, ni tan
siquiera hacer una pequeña fisura.
La lágrima antes de caer viaja
a ese mismo instante en el cual le gustaba como él la acompañaba con su mirada,
la delineaba con sus dedos recorriendo milímetro a milímetro todos los puntos
de piel de aquel cuerpo hermoso de mujer al cual pertenecía, habitaba, y le daba
sentido a su baile constante como gotas de lluvia que no caen para no
evaporarse, el mismo que ahora se siente afligido, frágil, dolido, inestable,
engañado, de la misma manera cuando se corrompe la belleza, se sale uno del
camino de lo fácil, lo sencillo, errando por querer atajar, o por querer buscar
emociones en las declaraciones escritas en el catálogo de lo complicado,
arrancando todo signo de complicidad, y sin que nunca se cumpla esa promesa de
que se seguirían juntos hasta el final, más allá de donde alcanzan las cenizas
y el polvo es simplemente polvo. La lágrima muere dentro de esa taza de café y
nadie hace nada por secuestrarla y reencarnarla una vez más en esos momentos,
instantes que terminarán silenciados como los recuerdos que se amordazan.
Saludos y gracias
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