El recreo era el mejor lugar
para allanar la velocidad del deseo de los bares, de las botellas inacabadas,
de los cigarros que nadie se quería terminar de fumar porque se acercaban a la
boquilla, de las chicas que llevaban faldas hermosas porque se veían piernas
hermosas, de los ojos de centinelas y coroneles que por una vez no abrasaban,
de correr a cualquier lugar y cualquier rincón siempre eran un sitio seguro,
sin miedo a recibir perdigones o collejas infantiles en edades maduras, sin que
el ogro viniese con su garrote vil, los anhelos expuestos sin el temor a ser
castigados por ello, a recibir horas extras de trabajo no pagadas, a cavar
agujeros buscando pepitas de oro para los del látigo y los de las estrellas
condecorativas porque mataron a otros hombres, jugar a descubrir nuevos mundos,
luciérnagas en la noche, ojos de búhos y la vitalidad del sexo opuesto o el
propio, el fuego y saltar la hoguera, cantar como si fuésemos indios y creer,
creer a la mañana siguiente que el cielo era infinito para nosotros y los que
vienen a visitarnos desde las estrellas a contarnos historias de recreos
inolvidables.
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