Tenía la costumbre de mirar
por la ventana y observar las pisadas que la gente dejaba en el barro, ver en
el cielo la mancha de manadas de pájaros que solían migrar por esa época del
año, y yo por aquellos tiempos hacía más bien poco, tampoco es que haga
demasiado ahora, pero a veces un simple detalle puede hacer que todo cambie a
mejor, y ese surgió detrás de aquella fachada roja donde había un garito el
cual me gustaba dejar caerme por ahí con un libro entre las manos que
acompañaba con alguna que otra cerveza tostada, en aquel rincón reservado para
fumadores, y contar en la cajetilla que sostenía con mis dedos cuantas eran las
promesas incumplidas, y fue en uno de esos días que ya has dejado de esperar
nada de nadie cuando ella que no me conocía de nada me preguntó: ¿Qué sabes
hacer? Estaba por responderle que hacía más tiempo del que me gustaría recordar
que alguien no me sacaba una sonrisa, pero en vez de ello le contesté: Tostadas
por las mañanas.
Ahora cuando vuelvo a ese
garito por el calor de los viejos tiempos que resultan amables, son otros tipos
los que me recuerdan a mí en el pasado, allí, sentados, esperando, pero no como
se espera cuando algo grande presentimos que nos va a ocurrir, sino me refiero
a esa otra espera, hasta que suceda, llegue el momento, un detalle, un gesto,
una pregunta que les devuelva esa sonrisa que una vez creyeron que nunca más
volverían a tener.
No hay comentarios:
Publicar un comentario