Y si hubiera ido a Bruselas a
sorprenderla, y si hubiera como llegó a pensar alargar aquel viaje dejándose caer
junto a ella un par de días por Brujas y enseñarle una ciudad de cuento,
hacerle el amor en un hostal cuyos muros eran de piedra, y como una vez le
confesó ella, con su cuerpo dentro del suyo conseguir que alcanzasen el orgasmo
en un punto concreto de la novena sinfonía de Beethoven.
Y si todo aquello hubiera
pasado, seguramente se hubiera perdido que su padre le hablase que sentía que
su lugar estaba en Argentina, incluso que no sabía porque pero que creía que
tenía algo que ver con la Patagonia, y que algún día lo descubriría, tenía que
hacerlo, quizás por eso y porque no sabía cuando se volverían a ver, porque
aunque su padre le había dicho que le gustaría pasar este año las navidades con
él, al menos la noche buena y el día de navidad, no se fiaba de dicho futuro,
acabaron viendo juntos durante tres noches seguidas la serie “vientos de agua”.
Y si hubiera hecho caso a los
duendecillos que salieron de debajo de la mesa, mostrándole el cartel de
precaución, para luego más tarde derivarlo en peligro, cuando Alberto le dio aquel papel, con aquel
número de teléfono escrito, con aquellos datos suficientes para entender porque
fue tan idiota y no los escuchó, y romper aquel trozo de papel, o devorarlo
hasta retenerlo oculto para siempre en el esófago, o quemarlo hasta que las
llamas se lo llevarán para siempre, y lo convirtieran en ceniza, o simplemente
le hubiese hablado a Alberto de sus planes de hostales de cuentos de hadas, de
hacerla sentir como una heroína de cuento durante un par de noches, de finales
felices entallados entre paréntesis, de soplar al tiempo y apagarlo, de
preguntarse qué hacía ahí con esa cerveza, salir corriendo y comenzar a
idealizar esa fuga y búsqueda, y declaración de intenciones, e incluso quizás
la creación de un micro universo.
Continuará...
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