Los días de ciruelas no hacía
nada, tan solo pasaba tiempo en la cama recordando imágenes del pasado que no
le hacían ningún bien. Cuando se cansaba o las lágrimas estaban a punto de
inundarlo todo como un tsunami decidía ponerse algo de música, una película u
hojear alguna revista.
- ¿Por qué lo llamas días de
ciruelas? - Creía haber oído una voz del pasado que le hablaba.
Tal vez un día deje de dormir
sola, de dar paseos y no tener que volverme a casa cuando empiece a sentir frío
porque habrá alguien que me abrigue y me abrace. Hay otra gente por la calle,
se da cuenta que son como plantas en un bosque separadas lo suficiente para que
no se puedan ni tocar, ni oír, y giran las manecillas del reloj que parecen no
aburrirse igual que un pájaro carpintero dando golpes contra el tronco de un
árbol para comer gusanos.
- ¿Te has visto? - Suena una voz
como las notas del contrabajo de la desesperación.
Si voy a una taberna a comer
algo y acompañarlo con una bebida alcohólica de alta graduación tal vez se
siente alguien enfrente y comience a darme conversación y yo me levante porque
no será lo que estaré buscando. Ya sabe hacía donde se dirige con su abrigo
color ciruela, finalmente el río tiene una desembocadura, todo su cuerpo parece
menos perezoso, y la lluvia en la calle cae sobre las plantas y escucha una voz
que creía que no volvería a escuchar, se gira sin poder creer lo que miran sus
ojos dándose una bofetada para comprobar que no le están mintiendo.
- ¿Hacía dónde te diriges? -
Le pregunta a ella.
- Solo quería saltar desde el
puente de Brooklyn.
- ¿No crees que estás bastante
países lejos de allí?
- Muy probablemente.
- Siempre has tenido algo con
New York.
Asiente y continua andando,
ahora sabe que aunque se moje o sienta frío no tendrá la necesidad de volver a
casa.
Saludos y gracias
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