La tragedia la adheriste a
unos tristes versos que cuando acabaron encontrándose formaron un poema que
lloraba cada vez que lo releías. Decías sin pronunciar palabras que todo era
producto de una oscura conspiración. La misma que habla de unos feos bichos verdes
de otro planeta que hace tiempo nos invadieron y ahora no únicamente salen de
los armarios por las noches más solitarias, si no que se disfrazan y aparecen
en la televisión dando discursos grandilocuentes y después desaparecen
metiéndose dentro de sus torres de babel.
Hablabas de que los escorpiones
cuando se sienten acorralados por un circulo de fuego se clavan su propio
aguijón como única vía de escape y nadie les llama cobardes, de una niña que
solía creer en todas las posibilidades que abarcan los imposibles amasados por
heroísmos y grandes gestas sacadas de películas, libros de aventuras y fantasías,
también que lo peor que le pudo ocurrir a esa niña fue crecer, y llegar a
alcanzar los cacharros de los armarios altos que se encuentran en las cocinas
sin necesidad de subirse a un taburete y por un momento sentirse una princesa
de cuento.
Todo ello lo condesas, lo
trasladas a esa tragedia inmersa en aquellos versos inconexos hasta que se
juntaron y todo, todo porque le pediste a él que no se fuera y no te hizo caso,
como si no existieras mudó del contexto perceptible que os unía en partes, en
pequeños destellos, suficientes para invadir el cielo de nuevas estrellas. Pero
cometes el error de sentirte todavía culpable por creer que llegaste tarde, y
aquello se te ha quedado tan clavado dentro que te duele en estas primeras
tardes de otoño imaginarlo caminando agarrado de la mano de otra, en aquellos
parques que te hubiera gustado descubrir con él y hubieseis juntos espantado
tus monstruos y conspiraciones que se encuentran detrás de tus armarios
trasladados a esos versos de ojos tristes.
Saludos y gracias
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