Estabas tan bonita en el diván
del psicólogo, te lo juro, algo así como si las mariposas se masturbasen una y
otra vez dentro de ti, y te hiciesen sentir bien. Mientras le contabas
historias de tu vida sobre unos trapos sucios que no querías volver a
centrifugar nunca más, a ser posible o al menos eso creo que fue lo que entendí,
que únicamente deseabas dejar secar en el tendedero de los hilos que colgaban
por el hueco que daba al rellano tus mejores braguitas de color rojo, las
mismas que había imaginado y llevaba varias sesiones preguntándole al psicólogo
por un generoso precio por cada vuelta entera que daba la manecilla del minutero
del reloj, por dónde debía de empezar para encontrar lo más parecido a ellas.
Por eso en mi siguiente visita, allí sentado en el diván se trató de mi última
sesión, pues tan solo esta vez tenía una cuestión por resolver y fue cuando le
pregunté si me podía dar tu nombre.
Saludos y gracias
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