Aquella extraña sensación de
que dos autos están dispuestos a chocar en medio de la orilla donde acaba el
mar. Llegar a casa y cerrar la puerta, el reloj una condensación del tiempo y
el primer cigarro que enciendo en todo el día describe un epílogo.
La despedida la tejió tu
ausencia. La casa se quedó vacía. Dentro tan solo cabían las sombras del
silencio. Tus curvas desafiaron el dolor del amor y lo acabaron venciendo. De la
misma manera que equilibrabas mis planos inclinados aunque no lo supieras.
La cuesta abajo son las
incertidumbres producto de extrañas inseguridades por lo que a veces decimos y
pensamos que teníamos que haber callado. Por las dudas de lo que hicimos y
deberíamos haber hecho. Estupideces que me aconsejarías que las soltase sin esperar
al próximo mañana y que fuéramos juntos a tomar el calor de dentro de la cama
que eso lo cura todo.
Cógeme que hoy no sé qué me
pasa pero me caigo, que esta noche sino será demasiada larga como para pasarla
solo, agárrame que un extraño miedo como barcos encallados no quieren salir y
ver el mar. Sí quieres tan solo esta noche, tan solo una vez más volvamos a ser
esos extraños extranjeros que llegaron a amarse sin verse obligados a juzgar el
río que les llevaba. Tan solo quiero saber que si desafío al destino y lo grito
no dejaré aunque sea una vez más (suficiente para que fuese lo que
entenderíamos como un para siempre) de ver las lunas del mundo a través de tus
ojos. Cógeme y llévame a un lugar
agradable para que desaparezcan estas sensaciones extrañas que dibujan un
ensayo de terror en mis pupilas.
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