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Tengo miedo de que te vayas. Pero ya te has ido.
Se descomponía al ritmo de una
pieza musical que recordaba que ponían en casa de su abuela cuando era
jovencita, y le decían niña vete a la cama que ya es tarde y es la hora de los
mayores, ella nunca se acostaba, y espiaba con la puerta entreabierta como
ponían licor en unos vasos pequeños y se ponían a bailar en parejas aquella
pieza.
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Esa sensación terrible de tener claro lo que se
quiere, pero no saber qué hacer para alcanzarlo.
Los zapatos era lo primero que
se quitaba nada más llegar, decía que los pies era lo que más rápido se le
cansaban. Se dejaba caer en el sofá, enseñando parte de su pierna a través de
la raja de su vestido, resoplaba, cogía aíre, ponía una tímida sonrisa
ensayada, y aceptaba de buen grado la copa que le tendía y que nos quedásemos cayados
y tan solo escuchásemos la emisora musical esperando a que volviese esa pieza.
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He perdido la fe en lo que más me importaba en
esta vida. Por eso ya no veo nunca más por la ventana a no ser que esté cerrada
y con las cortinas echadas.
Cuando abro la puerta para
salir o para entrar en el rellano en lugar de dar con algo que esté relacionado
contigo, tan solo encuentro un gato negro esperándome, miles de gotas estancadas
de tu memoria en la bañera, mientras el grifo abierto deja correr el agua, y
anhelo tu olor tanto como tu calor, y que me recuerdes como se ama, como se quiere,
que lo he olvidado porque dejé de creer en ello igual que ya no me viene a la
memoria esa pieza musical.
Saludos y gracias
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