Mientras la miraba, jugaba con
un zippo entre mis dedos, y el tiempo se prolongaba en largas pausas, todavía
no estaba muy seguro porque le pregunté si quería dejar de mojarse e ir a cenar
conmigo, pensé que le parecería extraño y me diría que no, y entonces sus
palabras se convirtieron en una imagen visual que nos arrastró como un compas
hasta el primer restaurante que vimos abierto, era un japonés.
Por equivocación le roce su
mano, entonces no lo supe, pero fue el primer sinónimo de lo que luego más
tarde sentiría, ni tan siquiera nos preguntamos si nos gustaba el sushi, lo
dimos por hecho. Cogimos la carta y leíamos el menú como si tuviéramos claro
que pedir, dejé que lo hiciese ella, pues entendía mejor su idioma de lo que yo
jamás llegaré a entenderlo, insistió en que tomáramos sake, y que le parecía
mejor que no pusiéramos sonidos y letras a nuestro pasado, que a veces abre
una distancia difícil de entender, incorregible, a lo que yo apuntille, como
nuestra soledad, y me miró de tal manera que sabía que pedía una explicación.
¿Si no porque estamos tú y yo
aquí?, porque los dos en cierta manera o estamos solos o nos sentimos solos,
que aunque no es lo mismo lo es casi. Se rió, dijo que si se pudiera fumar
ahora se encendería un cigarro, y que un pájaro cuando aletea las alas se
explica mejor que yo, volvió a reír, y acabó, con un me gusta como hablas.
Cogíamos los rollos de sushi con los palillos empapándolos en salsa de soja, un
juego, una danza que entraba en trance y nos envolvía en sus diferentes
sabores, era como si usásemos una tinta especial para dibujar esos códigos
encadenados que nunca antes ninguno de los dos en su otra vida, en otra vida,
en la otra vida, en esta vida se había atrevido, el movimiento lento y frágil
de los palillos cogiendo los rollitos de sushi para sentirlos luego en el
paladar, y como tuviste el detalle de no descolgar esa llamada para no
desquebrajarlo todo.
¿Te acuerdas cuando fue la primera que nos
vimos? Sí, me contestaste. Todo lo siguiente lo dijiste tú: Hace 43 minutos
mientras me mojaba y tú fingías no mirarme como me estabas mirando con tu zippo
entre las manos. Paguemos el rachunek. Salgamos afuera a fumar. Entonces me
cogiste con tus dos manos una de las mías, y ahí fue cuando lo supe, donde
estaban los sinónimos y en qué lado contrario se encontraban los antónimos. Continuaste:
Esta noche no vayamos a tu casa ni a la mía, para no conocernos demasiado, pero
pasémosla juntos, y tan solo, tan solo, hagamos una cosa imposible, cuando se
vaya a acabar rebobinemos y volvamos hacía atrás.
Cuatro días antes te vi por
primera vez mojándote cerca del mismo lugar donde te volvería, volveré a ver
una y otra vez, sin estar completamente seguro si me dirías que sí, con mi voz
temblorosa y mi zippo entre mis dedos te pregunté si querías venir a cenar
conmigo a un restaurante japonés.
Saludos y gracias
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