CAPÍTULO XIV: MOMENTOS INCOMODOS



Quería evitarlo, la mejor manera era el silencio, deseaba ocultarse dentro del edredón y que allí debajo hubiera un agujero que lo tragase, una escapatoria, no sin antes como despedida recorrer una vez más su piel, su ombligo, decirle adiós entre sus piernas, sin verse a los ojos, sin tener que dar ninguna explicación, sin tener que sentir un sudor frío a primera hora del alba, porque se acercaba una respuesta estúpida por parte de él que no tenía ganas de decir y estaba seguro que ni ella de escucharla.

 Javier pensaba que eso sería lo mejor para los dos, llegar al centro de la tierra a través de ese hueco que empezase en el somier, luego ya se encargaría él mismo de buscar el camino de vuelta a la superficie, se imaginaba abriendo la compuerta de alguna alcantarilla y salir en medio de alguna calle desconocida, descalzo, y con todo y nada por delante, al menos esa mañana, una vez más no sabía lo que le pasaba, pero aunque le gustaría sentir que quería quedarse ahí, no se sentía cómodo, su cabeza estaba en otro lugar, y aunque durante toda la noche Eva había evitado preguntarle que le pasaba, era consciente que tarde o temprano llegaría esa pregunta, quizás cuando estuviera vistiéndose por los calzoncillos, antes de atarse las botas y despedirse de ella y del olor del café que estaba preparando con un tengo prisa ya hablaremos, darle las gracias por esa noche, que se alegraba de que ya estuviera de vuelta de Bruselas, y una vez cerrara la puerta que crearía una frontera entre ellos, y estuviera en esos momentos de rellano esperando a que subiera el ascensor, se la imaginaría en la cocina, con la poca ropa que llevaba antes de tomarse el café, e ir después a la ducha, con algún trozo de cristal en su mejilla, y él no lo podía negar, seguramente todo por su culpa.

Continuará...

No hay comentarios:

Publicar un comentario