Quería evitarlo, la mejor
manera era el silencio, deseaba ocultarse dentro del edredón y que allí debajo
hubiera un agujero que lo tragase, una escapatoria, no sin antes como despedida
recorrer una vez más su piel, su ombligo, decirle adiós entre sus piernas, sin
verse a los ojos, sin tener que dar ninguna explicación, sin tener que sentir
un sudor frío a primera hora del alba, porque se acercaba una respuesta estúpida
por parte de él que no tenía ganas de decir y estaba seguro que ni ella de
escucharla.
Javier pensaba que eso sería lo mejor para los
dos, llegar al centro de la tierra a través de ese hueco que empezase en el
somier, luego ya se encargaría él mismo de buscar el camino de vuelta a la
superficie, se imaginaba abriendo la compuerta de alguna alcantarilla y salir
en medio de alguna calle desconocida, descalzo, y con todo y nada por delante,
al menos esa mañana, una vez más no sabía lo que le pasaba, pero aunque le
gustaría sentir que quería quedarse ahí, no se sentía cómodo, su cabeza estaba
en otro lugar, y aunque durante toda la noche Eva había evitado preguntarle que
le pasaba, era consciente que tarde o temprano llegaría esa pregunta, quizás
cuando estuviera vistiéndose por los calzoncillos, antes de atarse las botas y
despedirse de ella y del olor del café que estaba preparando con un tengo prisa
ya hablaremos, darle las gracias por esa noche, que se alegraba de que ya
estuviera de vuelta de Bruselas, y una vez cerrara la puerta que crearía una
frontera entre ellos, y estuviera en esos momentos de rellano esperando a que
subiera el ascensor, se la imaginaría en la cocina, con la poca ropa que llevaba
antes de tomarse el café, e ir después a la ducha, con algún trozo de cristal
en su mejilla, y él no lo podía negar, seguramente todo por su culpa.
Continuará...
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