CAPÍTULO XIII: RUMBO INCIERTO



Era diferente, la boca de su estomago, el hablar del tiempo y las comodidades caseras, las incertidumbres que encerraban las alubias rojas, humedecer sus labios contra su piel, la mejilla rosada, la palma de su mano cuando la buscó, arriba de la mesa, junto a las copas de vino tinto, el perfume que salía de allí y penetraba poco a poco por sus orificios nasales, el querer respirarla y retenerla de esa manera, de alguna manera, que aquel encuentro no se quedase en un espejismo, como un río que se termina y ya no se puede hacer nada más.

Todo comenzó dos días antes, a la vez que aterrizaba un avión procedente de Bruselas, fue a buscar a Eva al aeropuerto, hubo calor en ese abrazo, en ese beso sin saliva, quiso ayudarla a llevar la maleta, agarrada de su brazo le comentaba te has fijado que hay personas que tienen hormigón en el pelo, aunque lo mejor será restarle importancia porque seguramente nosotros también lo tengamos, apoyándose en esta introducción para entrar en los detalles del viaje, de que le había ido mejor de lo que pensaba, de que quizás aceptaban ese proyecto que llevaba tantos meses siéndole fiel, de intentar provocarle celos hablándole de un francés que le miraba como si supiera que hacerle en cada momento, de que si él le había echado un poquito de menos, entonces ella también, de darse cuenta que Javier estaba y no estaba, de no gustarle escuchar perdona me estabas contando que....

Hacía una hora arriba o dos a la derecha, había hecho caso al papel que le dio el otro día Alberto, y había marcado aquel número, había concretado unos planes en cuarenta y ocho horas a la izquierda, que esa noche, cuando llegarán al piso de Eva, se desnudaran, se abrazaran en la cama, se dijeran cosas lindas, palabras que salen con el sexo, él sabe que quizás se sentirá en cierta manera perdido, porque no sabe exactamente lo que está haciendo, como si no supiera encontrar el norte en la brújula.

Continuará...

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