CAPÍTULO IX: EL MISTERIO QUE SURGE ENTRE DOS CUERPOS EN UNA NOCHE CERRADA



“Que el amanecer reaparezca como si no hubiéramos desaparecido, de la misma manera que se está cerrando la noche, tu sexo cerca del mío, buscándose sin prisa, es un baile lento, y no nos importa tener que volver a coser la partitura, saber que todo es distinto porque ella vuelve a estar aquí, su mirada buscando mis labios, acercándose, para luego ir bajando, suave y lento hasta mis testículos, quedarse allí, hasta que sienta que se van mis miedos, nuestros miedos, los prejuicios... Y luego de nuevo se buscan tranquilamente nuestros sexos, a horcajadas su cuerpo sobre el mío, balanceando la habitación, llegamos lo más cerca posible de esa última estrella que apagó la noche, y se deja caer con su respiración sobre mi pecho, dentro de mí, todavía, mientras surco su espalda en busca de sonrisas, de besos pequeños y cortos, ponerla boca abajo, y agarrarle fuerte de las manos, mientras dentro de ella vuelvo alentar el misterio de porque se quiere seguir viviendo, y esa expresión final en sus ojos, esa paz que acaricio y descubro con mis labios en su ombligo, en sus pezones, mientras poco a poco caemos derrumbados por el sueño y nuestros cuerpos no pueden huir uno del otro y se quedan entrelazados” Al despertar ni Javier ni Eva quieren verse obligados a caminar por los adoquines grises de la realidad, pero ninguno de los dos dice nada, ella sale por la puerta con las prisas justas para no llegar tarde al trabajo, y ambos se despiden con un triste y pesado ya nos veremos.

Continuará...
  

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