Me gustaba esa frase: A pesar
del viento logramos granjear... y luego dejabas esos puntos suspensivos en el
aire, para que los afinara de alguna manera, les diera una lirica que no
olvidáramos jamás, me sentaba en el lugar más estratégico de esa vieja buhardilla
que hace tiempo me decías habitaron algunos romulanos, y yo te contestaba no
quiero saber nada de imperios galácticos o terrenales.
Buscábamos la composición que
hacía que dos puntos elegidos al azar y equidistantes en aquellos elementos que
deseaban cohabitar y compartir en un eje diferente al vértigo que produce la
soledad, acabaran uniéndose, y así fue como surgieron esos momentos que tan
solo era suficiente para bordear al tiempo, contemplar como leías un libro con
tus lentes de cerca, o observar como conectabas la comunicación verbal con los
gestos, y entrelazabas un tema con otro sin encontrar ningún tipo de
limitaciones en el espacio que compartíamos.
Quizás fue por todo eso, por
lo que nos llegamos a prometer el mar, o porque nos gustaba idear que cuando tuviéramos
algunos ahorrillos, nos perderíamos por algún océano, en busca de un lugar que
realmente estuviera hecho para nosotros dos, maldita sea como olvidar el día
que nos prometimos el mar, ¿Te acuerdas?, bailábamos “Pedro Navaja”, y me
comentabas que si tuviera alguna vez alguna pistola, te gustaría saber si sería
capaz de matar por ti, ya sabes, tan solo si fuese necesario, reías ante mi
semblante de estupefacción, y rematabas con un no seas bobo, que no me gustan
los que se definen por apretar el gatillo.
Saludos y gracias
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