No sabes cual de los dos cuerpos duerme más profundo. Que mundos habitaran en sus pequeñas cabezas, y mientras comienzo a pensar en Elfos, Dragones halados y serpientes de dos cabezas, tú me dices que has decidido apagar los móviles, que necesitas sentirte aislada del mundo.
Rituales matinales, el mismo desayuno que todos los Sábados por la mañana, y luego observar como te duchas mientras me invitas a que pase y enjabone tus pechos, tus muslos, tu pubis, y me confiesas que tienes miedo a lo que hay afuera.
Luego mecer en nuestras manos parte del mañana, mientras rompen a llorar con un llanto liberador, y nos damos cuenta de todo lo que nos queda por aprender. Entonces me dices que no podrías soportar que ellos tuvieran que pasar por lo mismo que tenemos que pasar nosotros.
Mientras invento una historia con mi pluma informatizada, sigo sin resolver una duda sin importancia, porque tiendo siempre a que los protagonistas de mis historias hablen en primera persona y a crear personajes sin ponerles ni rostro ni nombres. Es como si tan solo creara fantasmas.
Es el silencio el que me saca de mis otros mundos, de mis otros lugares que imagino e intento adaptarlos y darles formas con palabras. Ese extraño silencio de que algo no va bien. Esa intuición que te lleva al borde del abismo.
Pausadamente para que no se desaten mis mayores temores observo que ellos están bien, pero tú en cambio estás aguantando el llanto mientras observo que el dolor se te clava en tus ojos rojos y las lagrimas que caen por tu mejilla son la impotencia que se desgarra por tu piel.
En el momento en que te estrecho entre mis brazos me susurras que esperanza les podemos dar, no tenemos nada, a mí me han dejado en la calle y tú no tienes ningún contrato laboral que dignifique a tu persona. No tenemos nada para ofrecerles. ¿Qué hemos hecho?
Solo puedo devolverte el susurro diciéndote que todo saldrá bien, que todo saldrá bien, aunque no sé como hacerlo. Esto último me lo callo, igual que me callo que yo también le tengo pánico a lo que hay ahí afuera.
Saludos y gracias
Rituales matinales, el mismo desayuno que todos los Sábados por la mañana, y luego observar como te duchas mientras me invitas a que pase y enjabone tus pechos, tus muslos, tu pubis, y me confiesas que tienes miedo a lo que hay afuera.
Luego mecer en nuestras manos parte del mañana, mientras rompen a llorar con un llanto liberador, y nos damos cuenta de todo lo que nos queda por aprender. Entonces me dices que no podrías soportar que ellos tuvieran que pasar por lo mismo que tenemos que pasar nosotros.
Mientras invento una historia con mi pluma informatizada, sigo sin resolver una duda sin importancia, porque tiendo siempre a que los protagonistas de mis historias hablen en primera persona y a crear personajes sin ponerles ni rostro ni nombres. Es como si tan solo creara fantasmas.
Es el silencio el que me saca de mis otros mundos, de mis otros lugares que imagino e intento adaptarlos y darles formas con palabras. Ese extraño silencio de que algo no va bien. Esa intuición que te lleva al borde del abismo.
Pausadamente para que no se desaten mis mayores temores observo que ellos están bien, pero tú en cambio estás aguantando el llanto mientras observo que el dolor se te clava en tus ojos rojos y las lagrimas que caen por tu mejilla son la impotencia que se desgarra por tu piel.
En el momento en que te estrecho entre mis brazos me susurras que esperanza les podemos dar, no tenemos nada, a mí me han dejado en la calle y tú no tienes ningún contrato laboral que dignifique a tu persona. No tenemos nada para ofrecerles. ¿Qué hemos hecho?
Solo puedo devolverte el susurro diciéndote que todo saldrá bien, que todo saldrá bien, aunque no sé como hacerlo. Esto último me lo callo, igual que me callo que yo también le tengo pánico a lo que hay ahí afuera.
Saludos y gracias
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