72 HORAS

El silencio premia a la calma, por eso lo enarbola, como si fuera su estandarte, su símbolo, su nueva filosofía donde mantener bien arropados sus ideales, o lo que quede de ellos.

¡Que más da! Si al final todo se trata de apariencias, como siempre, el truco es saber aparentar, a partir de ahí, desde esa X moverse por el mapa del tesoro no es tan difícil como algunos se figuran. Claro está, como las apariencias engañan, y la avaricia rompe el saco, por eso a veces una vez se da con el tesoro no es oro todo lo que reluce.

El ahínco de un espacio vació, sin rejas que cuarten esa libertad tan maltratada, porque de tanto hablar de ella al final se perdió su sentido, su fin, su objetivo primordial, aquel que era para todos nosotros, aquellos que lamentablemente ahora pagamos a un precio muy duro el estar bajo el yugo que imponen ellos, ¿La little people?. Sin derecho de reclamaciones o algo parecido.

Y alguien le pregunto alguna vez a la luna que siente, como soporta esa continua soledad, que su amor platónico aparezca cuando ella se tiene que marchar, que estén destinados a estar separados para siempre. Coger la mano de una persona una sola vez, y saber que estarás enamorado de ella para siempre, pero que jamás podrás decírselo, porque jamás podrás volverlo a ver. Algo así le ocurrió a la luna.

Ahora volvamos a algo más concreto, a volver a retomar el lenguaje de las ranas, después de tantos años, creías haber perdido su sonoridad, su melodía, su croar como un manifiesto de alegorías que sucumben a este mundo, y que no somos capaces de interpretarlas, quizás si de pintarlas, de ponerle rallas, y colores, quizás incluso música, a lo mejor palabras codificadas tras unas líneas, metáforas, frases que crean dudas, más que aclararlas, así quizás seamos capaces de jugar con lo que nos quieren decir las ranas, porque dicen mucho más de lo que nos podamos llegar a plantear.

Igual que el tiempo, que nos vacila, nos retuerce la memoria, como esos lugares que creíamos difuminados en nuestra mente y casi tres años después rompen sin previo aviso. Allí donde hubo mucha parte de tu yo, donde la adolescencia no hacía más que equivocarse para poder aprender, aprender a que equivocarse no era tan horrible como habíamos pensado.

Recuerdos que son mansos, no activan ningún tipo de alarma, incluso dejan un mar tranquilo, en calma, sin posibles Tsunamis a la vista. Pero tampoco desprenden un sabor a fiesta, ni a una posible regresión, a ojalá volviera a aquellos tiempos. Estuvieron, pasaron, y no tienen porque volver, no hay necesidad.

Setenta y dos horas fuera del ritmo constante del día a día, desde que el Sábado sobrevolé Europa, lejos de las paredes que a veces son las ciudades, cuando nos sobre agotan con sus dosis de monotonía incesante, y el mismo ritmo de timbales, que aunque nos guste, al final acaba cansando, necesitamos aislarnos de él, encontrar otra sonoridad, otras paredes, o quizás el silencio...

Setenta y dos horas para despejar la mente, no sentir el aguijón constante de esos contratos laborales de mierda, que te devuelven a una realidad que escuece, más que otra cosa.

Setenta y dos horas para redescubrir lo que te echo de menos cuando no estás a mi lado, cuando por las noches me falta tu cuerpo para abrazarlo, ronronearle, acariciarlo, observarlo, porque observar tu belleza me hace sentirme aliviado.

Setenta y dos horas sin móvil, sin Internet, aislado literal y metafóricamente, como un depurante, un reciclaje necesario, para vagar por otras perspectivas, otros ángulos, otras miradas, y observar, observar, el puzzle que hay ante ti desde otro prisma, y así quizás averiguar de una vez por todas porque no encajan algunas piezas como deberían encajar, esas piezas que por separadas no son nada, pero juntas forman la realidad que quieres vivir, tu mapa de sueños.

Saludos y gracias

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