Una caja de recuerdos y una
cerilla al lado apunto de incendiarla. Es hora de abrocharse los cordones
desatados, agacharse para hacerlo y cuando de nuevo levanta la cabeza todo ha
desaparecido, ya no queda nada. Ni la mujer que se para en los semáforos y
nunca sonríe. Ni los días que se hacen tan largos por la falta de sol. Ni los
delictivos pronósticos de los horóscopos. Ni los que hubiera sido si... Ni los
que serán si.... Ni el corcel negro que trae consigo almas frías y
deshabitadas. Baja las escaleras que le son familiares, se sienta en el
taburete que suele hacerlo habitualmente, apoya las manos en la barra imitando
un gesto que ha ido perfeccionando por el defecto de la repetición constante, y
cuando le preguntan que quiere responde que lo de siempre. Ahora es él cuando
ella entra por la puerta quien no la reconoce.
Saludos y gracias
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