Un empujón que nos saque de
esa espiral que nos intoxica, cerrar el hueco de la luz artificial que cuelga
del techo, abrir las manos y apoyarlas sobre el vaso, y buscar dentro de él lo
que no se encuentra en otro lado, al lado de la cuneta van quedando trozos de cadáveres,
como los besos muertos que encierran despedidas, mantener un pulso con las
telarañas de sus parpados, mirar en la cartera si todavía quedan suficientes billetes
para compensar la noche, la idea de coger un coche cualquiera, pararse en la
cuneta, y antes de llegar al final del suicidio, todavía y siempre es demasiado
pronto para ello, canjear ese destierro que es la soledad, por las palabras que
te dicen cariño quieres un viaje al paraíso por un precio asequible, volviendo
allí, al sabor amargo de ese trago que escuece en los labios de la misma manera
que lo hace en las entrañas, como si visitara de alguna forma el fin del mundo,
acercarme hacía la barra manteniendo el equilibrio sobre una línea de cal
figurada, rasgar de esa manera las vestiduras del pánico que se abre paso como
el frío que entra por la ventana, y finalmente quedarse ahí mirándola por
primera vez, cantar desde un rincón del garito.
Saludos y gracias
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