Las calles en zigzag,
adoquines, y pavimento de madera en la primera cafetería que nos abre la puerta
para tomar un café mientras despierta el alba, y la ciudad se despereza
despacio, los trenes salen a su hora, y detrás del gran reloj de la estación
central, entre la manilla pequeña y la grande vive una familia de
extraterrestres que vinieron de una estrella muy lejana de otra galaxia, a la
vez que le ponen un poco de nata con un toque de canela al café que acaban de
servirnos, nos seduce la dueña del pequeño local con unas chocolatinas
especiales traídas de un rincón perdido en oriente, y cuando salimos afuera,
huele a romero, encontramos un sitio de alquiler de bicicletas, y recorremos a
base de pedales las calles en zigzag, hasta que paramos delante de un escaparate
que tiene una réplica en miniatura de una noria, que te recuerda a cuando eras
pequeña y tu padre te acompañaba los veranos que montaban la feria, y te subías
con él hasta alcanzar el punto más alto, y quedarte ahí parada, y deseando que
no se pusiera en marcha muy pronto, porque como le decías a tu padre, mira,
mira, estoy tocando el cielo con mis manos y se derrite por mis dedos.
Las
calles serpentean a la ciudad, y seguimos su ruta arbitraria, descansamos en un
parque próximo al centro, y allí tomamos el almuerzo, un almendro nos hace
sombra, aunque seguramente no se tratara de un almendro, mientras llega en
oleadas las energías que desprenden las ganas de jugar de los niños, y algunos
globos se han vuelto rebeldes y han decidido escaparse para perderse entre las
escasas nubes que cubren el manto azul, y un malabarista disfrazado de mimo,
hace una performance junto a un gallo, un burro, un perro y un gato, que forman
un grupo musical en el que cada uno toca respectivamente la guitarra, la
batería, la trompeta y el saxofón, y volvemos a dejarnos llevar siguiendo la
rueda de un trapecista vestido de blanco y con la cara pintada subido encima de
un monociclo, hasta que nos despedimos de él en una calle transversal donde
decidimos pararnos a tomar una cerveza, porque nos ha llamado la atención el
nombre del local “Je veux”, y allí alguien comienza a silbar una canción que
nos trae viejos recuerdos, de una chica que no quería el dinero que él le
ofrecía, que así no compraría su amor, que ella lo que deseaba eran otras cosas
que le hacían sentirse mejor.
Saludos y gracias
Ohlalá!! Buenos días.
ResponderEliminarUn saludo.
He recorrido esas calles con uds en bibicleta, no me vieron...
ResponderEliminarMuy buen tema, no lo conocia
Un abrazo