En la vida de uno están esas pequeñas cosas que sabe perfectamente que no le van a propiciar un cambio brusco en su vida. En cambio se recibe como recompensa una agradable sorpresa cuando te vuelves a reencontrar con ellas.
Cuando uno se muda de país aparte de los procesos de adaptación propios de un cambio de esta índole, otra de las cosas que más cuesta acostumbrarse cotidianamente es a la alimentación, o al menos a mí a sí me ha sucedido. Desde que llegue a Polonia hasta ahora he pasado por varios procesos. Primera fase, la negación. No me gustaba nada, todo me resultaba extraño, demasiados ahumados, y muy pocas cosas me convencían. Segunda fase, la frustración. Te das cuenta que tienes que alimentarte o sino lo tienes mal para sobrevivir, así que uno decide conocer por su cuenta las tiendas de alimentación polacas, y mira por donde aquello se convirtió más en una película absurdamente terrorífica que una novela romántica con final feliz. Tercera fase, la asimilación. Llega un día que te plantas delante del espejo y te dices a ti mismo, tío, si quiero cumplir con mis planes, y eso conlleva quedarme un tiempo indefinido por estos lares tendré que espabilar y adaptarme a lo que hay. Por lo tanto llega ese día en el que incluso te atreves a investigar por nuevas tiendas, por lugares antes desconocidos, y poco a poco vas encontrando antiguos manjares que tanto añorabas, e incluso te vas adaptando a lo que hay. Cuarta fase, la adaptación. La fase actual en la cual me encuentro, ya sabes a que tiendas ir, que productos encontrar, también te abres a nuevas fronteras en el mundo culinario, e incluso esos días que no te apetece comer en casa, ya sabes a que restaurantes ir y disfrutar. En definitiva se puede decir que ya conoces la ciudad y ya no es como al principio un hervidero de calles, tiendas, lugares extraños y totalmente desconocidos. Naturalmente que eso no quita a que uno aun ande en busca de pequeñas conquistas, y una de ellas era encontrar entre la enorme variedad de mermeladas que hay en este país, una de melocotón que me recordara a la que tomaba en Valencia. Ya lo daba como una batalla perdida, pero ayer sin más, cuando uno deja de buscar y simplemente aquello que buscabas te encuentra a ti. Sucedió, ahí estaba la elegida, la reina de las mermeladas, la princesa de las mermeladas de melocotón. Pero todo eso había que constatarlo hoy.........y muy gustosamente lo puedo confirmar, el desayuno de esta mañana, con ese zumo de naranja acompañado de las dos tostadas untadas de mermelada de melocotón me ha sabido a gloria. Son esas pequeñas cosas que antes comentaba, quizás no produzcan grandes cambios en tu vida, pero al menos te ponen una sonrisa y te dejan un buen recuerdo para siempre en la memoria.
Saludos y gracias.
Cuando uno se muda de país aparte de los procesos de adaptación propios de un cambio de esta índole, otra de las cosas que más cuesta acostumbrarse cotidianamente es a la alimentación, o al menos a mí a sí me ha sucedido. Desde que llegue a Polonia hasta ahora he pasado por varios procesos. Primera fase, la negación. No me gustaba nada, todo me resultaba extraño, demasiados ahumados, y muy pocas cosas me convencían. Segunda fase, la frustración. Te das cuenta que tienes que alimentarte o sino lo tienes mal para sobrevivir, así que uno decide conocer por su cuenta las tiendas de alimentación polacas, y mira por donde aquello se convirtió más en una película absurdamente terrorífica que una novela romántica con final feliz. Tercera fase, la asimilación. Llega un día que te plantas delante del espejo y te dices a ti mismo, tío, si quiero cumplir con mis planes, y eso conlleva quedarme un tiempo indefinido por estos lares tendré que espabilar y adaptarme a lo que hay. Por lo tanto llega ese día en el que incluso te atreves a investigar por nuevas tiendas, por lugares antes desconocidos, y poco a poco vas encontrando antiguos manjares que tanto añorabas, e incluso te vas adaptando a lo que hay. Cuarta fase, la adaptación. La fase actual en la cual me encuentro, ya sabes a que tiendas ir, que productos encontrar, también te abres a nuevas fronteras en el mundo culinario, e incluso esos días que no te apetece comer en casa, ya sabes a que restaurantes ir y disfrutar. En definitiva se puede decir que ya conoces la ciudad y ya no es como al principio un hervidero de calles, tiendas, lugares extraños y totalmente desconocidos. Naturalmente que eso no quita a que uno aun ande en busca de pequeñas conquistas, y una de ellas era encontrar entre la enorme variedad de mermeladas que hay en este país, una de melocotón que me recordara a la que tomaba en Valencia. Ya lo daba como una batalla perdida, pero ayer sin más, cuando uno deja de buscar y simplemente aquello que buscabas te encuentra a ti. Sucedió, ahí estaba la elegida, la reina de las mermeladas, la princesa de las mermeladas de melocotón. Pero todo eso había que constatarlo hoy.........y muy gustosamente lo puedo confirmar, el desayuno de esta mañana, con ese zumo de naranja acompañado de las dos tostadas untadas de mermelada de melocotón me ha sabido a gloria. Son esas pequeñas cosas que antes comentaba, quizás no produzcan grandes cambios en tu vida, pero al menos te ponen una sonrisa y te dejan un buen recuerdo para siempre en la memoria.
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